Todo el mundo me dice que tengo que elegir entre A y B.
- A me jura que me sacará los ojos.
- B me asegura que sólo me sacará uno.
Yo pienso: "Con un ojo todavía puedo ver".
Elijo a B y me quedo tuerto.
Más tarde, nuevamente debo elegir entre A y B.
- A promete sacarme el ojo que me queda y arrancarme además la lengua.
- B, siempre más moderado, me tranquiliza diciéndome que sólo me sacará el ojo que antes me había perdonado.
Reflexiono: "Me quedo ciego, pero por lo menos aún podré hablar". Elijo a B.
Sucesivas elecciones terminan con el resultado que se puede prever: ni ojos, ni lengua, ni manos... Lo gracioso del caso es que mi elección ha sido siempre, no sólo legítima, sino verdaderamente racional y razonable.
Sin embargo con esas elecciones "serias", "inteligentes", y "realistas" me quedé manco, ciego y mudo. ¿Pude hacer otra cosa? Siempre que alguien me recomendó participar en grupos o asambleas vecinales, integrar redes solidarias, juntarme con otros para tratar de resolver un problema concreto del barrio, y no resignarme a elegir entre A y B lo miré (antes de perder mis ojos) y le dije (mientras tuve lengua):
- "Es muy lindo lo que decís, pero..." o
- "¡Dejáte de joder con esos utopismos, esto es la vida real!" o
- "¿Sabés lo que pasa?, si no elegís le estás haciendo el juego a A." o
- "Crecé, pibe. Aceptá al mundo como es y sé adulto".
Ahora estoy escribiendo esto con mi pie derecho. Dicen que en la próxima elección A promete sacarme las piernas. B también promete sacarme las piernas, pero a cambio me regalará unos botines. ¿Será así la democracia representativa que tenemos?; como los botines, digo.
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